Vida Felina

“Es una labor muy difícil ganar el afecto de un gato; será tu amigo si siente que eres digno de su amistad, pero no tu esclavo.”  Théophile Gautier

Está el día desapacible y la noche augura lluvia, espero tener refugio. Es lo que tiene el invierno que el cuerpo se resiente, sin embargo, el verano da para dormitar por la noche en cualquier sitio, y con las estrellas cubriendo el inmenso cielo del mundo. Supongo que Sara me estará esperando, es maja y tiene miles de atenciones conmigo.

Me acostumbré a la libertad absoluta y en mis años jóvenes no tenía ningún problema, me daba igual dormir en el césped o en un cartón, pero los años no pasan en valde y ya voy buscando comodidades y alguna fruslería de las que antes no me importaba carecer. Mi libertad era prioritaria y absoluta.

Hoy dormito bajo techo entre mantas, al abrigo del viento y la lluvia. Tal vez la libertad es dejar vagar los sueños en la juventud bajo un cielo estrellado y en la madurez entre cálidas caricias de lana. Los sueños siempre existen, pero los años los van modulando. También cambian los individuos que nos acompañan; algunos surcaron ya el arco iris, pero siguen acompañándonos oníricamente, otros van y vienen, otros siempre a nuestro lado hasta cuando la muerte decida separarnos y otros desaparecieron por completo sin dejar rastro.

Yo elegí a Sara y ella me adoptó, aprendió a quererme sin exigir caricias, sólo cuando a mí me apetece dárselas. Asimiló respetar mi libertad y espacio, aunque a veces presiento su ansiedad ante mi distancia y silencio, en aquellos días que me apetece acampar en soledad y no volver hasta tarde o al día siguiente.

Siempre vuelvo, pero llegará el día en que busque un rincón escondido y oscuro para ocultar la vulnerabilidad de mi último estertor. Siempre morimos solos. Sé que mi vida sólo será valida porque perduraré en sus recuerdos y sueños. Al fin y al cabo, eso es el significado de la vida, amar, vivir, morir y perdurar en el tiempo porque alguien nos guarde en su corazón. Se muere cuando ya nadie te recuerda.

Buenas noches, Sara, ya regresé esta noche de lluvia, viento y frío. Hoy me apetece dormitar en tu regazo, me apetece darte cariño y recibir tus arrumacos. Pretendo dormir acurrucados.

Amistad

“No toda distancia es ausencia, ni todo silencio es olvido” Mario Sarmiento

Verano, amaneció con calima. Ignoraba que el día me ofrecería una gran revelación a manos de una de mis mejores amigas, a veces, no sabemos lo que hacemos sentir al prójimo, por eso es importante hablar y expresar lo que sentimos.

El tiempo pasa y las tempestades también. Ayer hablando con una amiga con la que, últimamente sentía que nos habíamos distanciado, me dijo que he sido yo la que me he separado. Siempre le digo que ya la llamaré cuando hablamos, al despedirnos y claro, ella la ha hecho pensar que la limito para que no me llame. Ayer tras casi una hora hablando, al despedirme lo volví a hacer, y ella me expresó que no me llama porque le digo que yo la llamaré.

No me había percatado de que mi forma de despedirme la estaba coartando. Reflexionando, es cierto que llevo cinco años silenciosa. Tal vez he perdido en el camino mis ganas de comunicarme y compartir mis experiencias. Mi padre siempre me ha dicho que soy un puchero sin culo, porque soy una persona que cuando tengo una anomalía en mi vida la expreso, la saco fuera con todos mis seres queridos y amigos. He perdido un poco esa capacidad de compartir.

Me doy cuenta de que he cambiado en estos cinco últimos años. Ha habido de por medio tres ingresos hospitalarios graves, dos operaciones críticas y para rematar una pandemia. Sin contar un juicio con el padre de mis hijos y los problemas económicos que dicha circunstancia ha conllevado; más algún problema financiero más. Y ya para rematar la faena un síndrome de nido vacío inesperado cuando comenzaba a sentirme mejor física y emocionalmente. Mi cabello ha comenzado a tomar el color de las nieves de la edad. Me queda menos años de vida de los vividos. A pesar de los baches de la vida he de volver a mi esencia, mi afabilidad y mi sonrisa. Proclamar al viento que no puede haber alegría sin tristeza, aceptar y fluir.

Sí, amiga, tal vez he estado más silenciosa intentando mantener a flote la nave, cuando en muchos momentos ha estado a punto de encallar. Mis más sinceras disculpas por mis desatenciones y sigilos; sabes que te quiero y estás siempre en mi corazón. Echo de menos nuestras tardes de charlas y confidencias; a lo mejor me he vuelto un ser más taciturno que no ha sabido mantener en este tiempo mi sonrisa eterna. Intentaré volver a compartir contigo carcajadas y lágrima. Sólo te pido que entiendas este tiempo de “impasse” que mi mente ha necesitado donde he crecido, tal vez hacia un ser más aburrido, pero el espíritu perdura y como dice el refrán, genio y figura hasta la sepultura, como nuestra amistad y cariño.

Te quiero Mer, hasta el infinito y más allá. No renuncies nunca a decirme lo que te hago sentir, porque me enseñas y encauzas mi camino, aún con cuatrocientos kilómetros de por medio. Siempre unidas como nuestras ciudades mágicas, Córdoba y Toledo ¡Ahora toca más reencuentro y cariño!

Héroes sin rostro

“Es muy fácil ser héroe rodeado de gente que te aclama, lo difícil es serlo en soledad, cuando el único testigo es el coraje, el honor, el valor” Arturo Pérez-Reverte

Hay muchos héroes anónimos en este mundo. Personas honestas, que anteponen sus necesidades a las de los demás, comprometidas y leales. En estos tiempos que corren, a veces, nos resulta difícil reconocerlos porque no llevan capa ni antifaz. Su inteligencia la encubren con sus silencios, no alardean, son humildes en su grandeza.

Su amor por el mundo, por las personas, por la naturaleza es grande, sin arquetipos ni limitaciones. Tienen visión interior, ven la bondad en una mirada o acción, y eso le decanta por tender su mano al prójimo.

Muchos olvidamos que existen, pero caminan entre nosotros. Ahora todo es vertiginoso, no se tiene tiempo para recorrer la vida con una lentitud pasmosa, saboreando y escuchando en el silencio de la vorágine el trino de los pájaros o el pulular del viento entre las hojas, y eso nos ha vuelto ciegos.

Esos héroes no necesitan ni ropas de marca, ni alta tecnología, son felices con una sonrisa tras el trabajo bien hecho, el calor del sol en el rostro, el aroma de las flores de azahar en la madrugada, el sonido de la lluvia en una noche de tormenta, la sonrisa de un niño jugando con un gato; tantos pequeños detalles que el universo nos brinda y que la celeridad no nos deja reparar en ello.

Esos héroes que superan obstáculos para conseguir objetivos altruistas. Siempre tras el telón, nunca a la vista. No presumen, saben que lo que ofrecen les colma a ellos de satisfacción, porque en la humildad está en la bondad.

Personas sin rostros, pero que sin ellos la existencia carecería de destino, porque no olvidemos que el amor mueve el mundo y una sonrisa elude conflictos. Saben que un gesto amable impele presiones, porque ellos conocen la tristeza y por eso les es más fácil sonreír ante la adversidad. El tiempo pasa rápido y lo primordial es la paz mental y eso, sólo los héroes desconocidos que nos rodean son los que te la pueden ofrecer sin esperar nada a cambio, ven horizontes sin fronteras.

No quiero grandes hazañas ni anviciones, sé que tengo varios de esos héroes a mi lado, con su apoyo y presencia conquistaré las estrellas ¡Gracias!

Las Casualidades no Existen

“En aquella época encontré un extraño refugio. Por casualidad, como suele decirse. Pero esas casualidades no existen. Cuando alguien necesita algo con mucha urgencia y lo encuentra, no es la casualidad la que se lo proporciona, sino él mismo. El propio deseo y la propia necesidad conducen a ello. – Demian” Hermann Hesse

Para mí, las casualidades no existen. Aparecen objetos, animales y personas en el momento que les necesitamos. Me suele pasar con asiduidad con los libros, me encanta leer, hay veces que me atoró y no sé por qué narrativa decantarme; comienzo a buscar libros por internet, sus sinopsis, sus portadas, sus críticas, los autores favoritos y llega un pálpito, un cosquilleo en la nariz, un picor en la palma de mi mano o una imagen recordada y la novela que necesito en ese momento aparece. Además, siempre complementan a la perfección la necesidad que tengo ante mis estados de ánimo o etapas.

Lo mismo siempre me ha ocurrido con mis animales, llegan en el momento justo, se cruzan en nuestro camino y su mirada clavada en la mía, de golpe, nos hace reconocernos; tal vez ellos nos escogen. Pasó con el primer conejo que tuvimos, un noble animal Belier, que, aunque hace años que cruzó el arco iris, nos seguimos acordando de él cada día; fue el refugio de mi hija en sus malos momentos.

Mis animales particulares y preferidos, los que me acompañan en mis tardes de soledad, junto al ordenador y entre palabras, son mis gatas. Una es una gata tricolor, símbolo de suerte para la tradición japonesa, inteligente y territorial, una guardiana nata. Llego al jardín de mi casa en mal estado, desnutrida y con frío, nos eligió para salvarla y no ha vuelto a salir del hogar; me inspira.

Mi otra gata, blanca y negra, espuma de mar como hablan las leyendas celtas, es el ser más magnánimo que he tenido, jamán saca las garras, le hagas lo que le hagas; siempre a mí lado y acompañándome a cada rincón de casa, por la noche duerme en mi cama, a los pies, es mi atrapasueños.

Y luego tengo otra gata viviendo en mi jardín, al que ha hecho suyo, alma libre que no puede existir en casa porque nació en la calle. Llegó con sus tres crías, todos en mal estado. Es una gata carey, lleva los rayos de sol en su cuerpo, es mágica. Y sin dudarlo, puedo asegurar que ella nos buscó con desesperación; sacamos a sus crías adelante y también la cuidamos a ella que venía en los huesos. Conseguimos que los pequeños fueran adoptados y a ella la esterilizamos. Así pues, me acompaña en mis recorridos entre las flores y plantas. Por la mañana espera en la puerta de fuera su desayuno y sus caricias, duerme en una pequeña caseta con mantas frente a dicha puerta.

Y por último y más importante, las personas que aparecen en mi vida y no por casualidad sino por causalidad. Mi familia y mis hijos, mi brújula. Mis amigos, cada uno con su carácter, y por ello complementan una parte de mis inquietudes. Y luego llegaste tú, mi camarada, mi confidente, el que reconforta mi corazón en épocas gélidas con largas charlas en la noche, yo frente al fuego y tú a miles de kilómetros. Cuando amanece en mi ventana, el sol se esconde en la tuya. La distancia nunca ha sido un impedimento para apoyarnos incondicionalmente, compartir nuestros desvelos o alegrías. Tu sentido del humor que me arranca sonrisas y tus manos siempre tendidas. Esas manos grandes, de dedos largos para atrapar los destellos del sol que iluminan mi día a día.

No me hablen de casualidades porque no existen. Todo lo que llegó a mi vida arribó con un propósito. Todas las personas tejieron mi historia, a mi lado, por horas, momentos, años o eternidades. Y tú, el que reconoce estás palabras y sabe de nuestro secreto, me vinculaste a tu lado, porque sabes que nuestra historia ya existió en otras épocas y en otras vidas. Siempre tarde o temprano da la casualidad de que terminamos encontrándonos.

El fantasma del teatro.

“Sólo un artista puede transmitir los fantasmas de una época, el estilo, hacer palpable la atmósfera de un mundo que se perdió.” César Aira

La última semana de ensayos comenzó ya con los nervios del cercano estreno. Inquietud, tartamudeo, olvido de palabras y frases, un caos acompañado de reproches y voces ante la falta de concentración. Yo no era uno de los principales protagonistas, pero estaba contento de que mi papel tampoco era corto. Tenía la costumbre, al acabar los ensayos, cuando quedaba ya poco personal en el teatro, quedarme un rato en el escenario, quería, igual que en otras actuaciones, percibir el espíritu de aquel inmenso edificio histórico.

El aforo del teatro de planta de herradura rodeada de palcos. La caja escénica de madera, con bastante deterioro, pero repulida y limpia. Telones de embocadura, bambalinas y forillos de terciopelo de vivos colores. El peine, donde se cuelgan los telones, pantallas, focos y todo lo que podamos imaginar, estaba tatuado con carteles de espectáculos antiguos. Incluso había encontrado una firma y una fecha supongo de alguien de otros tiempos. El edificio respiraba historia por todos sus rincones.

Comencé a escuchar el sonido de agua correr, como de un grifo abierto, traspasé el escotillón y enseguida vi a una mujer joven, de tez mulata, descalza, casi desnuda, solo cubiertas sus partes púdicas con miles de cuentas doradas engarzadas unas con otras, dejando entrever dos pechos turgentes y pequeños. El cabello corto repeinado y engominado.

Le saludé cuando se había girado y comenzaba a marcharse, se volvió, con movimiento felino, me miró y siguió caminando, ignorándome. Le dije que esperará. Se paró en seco, pero sin volverse, dándome la espalda. Pude ver su cuerpo esculpido de hombres descubiertos. Tú también eres actriz, le pregunté. Se volvió y sus ojos impactaron en los míos, eran de un verde esmeralda intenso, con un brillo lleno de misterio e intriga. Dos grandes zarcillos, también de cuentas doradas, pendían de sus orejas. La piel se me puso de gallina y una corriente eléctrica traspasó mi cuerpo.

Con una leve sonrisa y con la mirada clavada en mí, me dijo que se llamaba Josephine. Me pregunto como si supiera quien era yo ¿Manel, te has empapado ya del alma de mi teatro? Me descolocó. Me puse nervioso mientras se acercaba, colocó su mano sobre mi pecho, mi corazón se aceleró, poco a poco fue aproximando su rostro al mío y posó sus labios. Cerré los ojos saboreando aquel beso íntimo, noté un frío gélido entrando por mi boca y atravesando de nuevo mi cuerpo. El tiempo se paró y un aroma intenso como de rosas inundó mis fosas nasales. No sé cuanto duró aquello, sólo que cuando abrí mis ojos descansaba sobre el suelo y no había nadie en aquel escotillón ya en plena oscuridad.

Me senté y aún pude percibir aquel insinuante aroma, recordé su cuerpo, sus pezones turgentes y todo se fue desvaneciendo con lentitud. Me toqué los labios y mi pecho, el corazón ya en calma y la mente inquieta ¿Quién era Josephine?

Seguía oyendo agua correr, pero no podría ubicar el lugar de donde provenía. Me marché al hostal donde me alojaba, confuso. Toda la noche, con sueño inquieto y agitado, sintiendo la sensual frialdad sobre mis labios, su cuerpo sobre el mío, soñé instantes íntimos y desbocados, éxtasis sexual que me enervaba. Y así comencé el día agotado y exaltado.

 Me acerqué al teatro, al ensayo. Al traspasar la puerta me volvió el desasosiego. Respiré con profundidad y me dirigí a los camerinos, por allí había personal del teatro, me dispuse a preguntar a una de las chicas que pululaban por allí, si trabajaba allí alguna mujer de aspecto mulato llamada Josephine. Me miró con sorpresa y con una gran carcajada me dijo, otro que ha visto al fantasma de Josephine. Me señaló un cartel en la pared a unos cinco metros, y se marcho con sus risas y carcajadas dejándome atónito. Me acerqué al cartel que me había señalado y con sorpresa reconocí aquel rostro de ébano “Próximo sábado, diez de la noche, gran estreno de la superproducción Evangelina, representada por la mundialmente famosa Josephine, la venus de ébano”. La cartelera de un color sepia que dejaba intuir su antigüedad estaba fechada un ocho de abril de 1906, la misma que encontré deambulando por las bambalinas.

Dicen que muchos teatros están encantados y que deambulaban fantasmas y almas perdidas, misterios que yo pude sentir por una noche. Regresé a mis ensayos, me quedaba solo hasta que casi todo el mundo se había marchado, pero jamás volví a escuchar el agua correr, ni el aroma a rosas, ni a besar aquellos labios fríos y sensuales, pero nunca se borrará de mi recuerdo su imagen y lo que mi cuerpo sintió aquella noche con Josephine.

Reflexiones de Año Nuevo

Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para aprender a callar.» Ernest Hemingway

A veces hay que dejarse llevar y que el viento te guíe, es una frase que para comenzar el año parece manida, pero es mi forma de abordar el inicio de éste.  Queremos tener el control y la vida te lleva por sus propios derroteros. Los cambios siempre producen incertidumbre y, a la larga, siempre encontramos beneficios. Pero los comienzos arrasan a veces como tornados, descolocando a su paso todo lo que hasta ese momento había funcionado.

Cae el sol y una fina manta de nieve cubre las calles. La oscuridad se va apoderando de cada rincón y comienzan a encenderse las ventanas de las casas vecinas. El silencio es el sonido del crepúsculo, todo se va paralizando y cada cual se acurruca frente al fuego, bajo la luz del candil para caldear la vida de un día más de ajetreado frío. Mis manos abrazan una taza humeante de chocolate y, observando el baile incesante de las llamas, pienso en lo mucho que me han cambiado las circunstancias en los últimos años. Todo crece, evoluciona y, si no eres capaz de seguir su ritmo, te anquilosas y pierdes el rumbo.

Sigo recapacitando y quiero este año nuevo que comienza que, en efecto, sea renovado en todos los sentidos, dejarme llevar, que todo vaya fluyendo a ver dónde me lleva el destino. De momento, ha comenzado con una serenidad infinita. Necesito la calma del guerrero tras la batalla, que nunca fue derrota sino aprendizaje.

Me dispongo a cerrar las contraventanas de madera, miro a través de los cristales, vuelve a nevar y comienza una ligera ventisca, no sé el tiempo que paso viendo sin mirar, ensimismada en mis pensamientos. Soy un copo de nieve más diluyéndose en el tiempo, lo que me queda de vida es menos de lo que ya he vivido. Sólo me queda saborear cada instante con sus pequeños momentos que alegran el alma, respiro hasta llenar mi diafragma. Ahora toca cuidarte a ti, los demás deben buscar su camino y madurar, sólo queda respetar y hacer mutis por respuesta. Toca percibir cada acción cotidiana que nos pasan inadvertidas y que también son importantes. Toca llevar a cabo lo que nos apetece, saber decir no, callar en vez responder y sonreír, una sonrisa gana conflictos. Ahora toca desatar amarras y volar alto.

El viento sopla hacia el paraje propicio para deleitar los sueños, surca la ventisca copo de nieve.

BORIS, EL LOBO ESTEPARIO

Boris, el lobo estepario

“El rugido de los leones, el aullido de los lobos, la cólera del mar tempestuoso y la espada destructora son porciones de la eternidad demasiado grandes para el ojo del hombre.” William Blake

Su mirada recordaba las extensas praderas que le vieron nacer en verano. De ojos oblicuos y tristes, me transmitía sentimientos encontrados, unas veces ternura y otras insidia. A mí me desarmaba en esos momentos de afecto en los que no sabía qué ahogaba su mente; algo le provocaba tremenda tristeza cuando me acariciaba el rostro con sus magnas y potentes manos. En esos instantes me susurraba al oído que me amaba y nunca dejaría de hacerlo. A mí también me encantaba deslizar mis dedos por su negra y lacia melena.

Jamás podría imaginar que aquel hombre de cuerpo fornido y semblante inocente podría ser alguien peligroso y oscuro. Dos noches al mes desaparecía y volvía con las manos laceradas, con moratones y abatido, con un extraño olor ferroso.  Su silencio era tan profundo que dolía. Me cogía en brazos y me dejaba sobre el sofá con delicadeza, se situaba a mi lado y reposaba su cabeza sobre mi pecho, escuchando los latidos del corazón.

Muchas veces le pregunté sobre sus huidas pero jamás hallé respuesta. Solo se aferraba a mí con más fuerza. En uno de esos momentos me dijo,  con su voz rasgada, que mejor sería que no descubriera nunca lo que hacía en esos aciagos días pues el rostro de la muerte rondaba en las sombras.

¿Por qué no pude resistir mi curiosidad, mi insaciable inquietud por encontrar respuestas a sus tristes escapes? Yo también le amaba y anhelaba ayudarle. No entendí que no necesitaba ningún tipo de auxilio. Aquel hombre, aquel lobo estepario como se hacía llamar en los pocos instantes a los que una sonrisa irrumpía en sus labios, me había robado el alma.

Él Llegó de Rusia a la tierra de mis ancestros hacía un año. Yo le conocí días después de arribar en casa de Anya, la propietaria y amiga de la tienda de productos rusos que ocupaba la planta baja de mi vivienda.   Aún recuerdo cuando me lo presentó y nuestras miradas se cruzaron. Fue algo espontaneo, explosivo, chispeante. Boris, su nombre, fue música para mis oídos y aliento para mi apagada existencia.  Aquella noche, entre una cálida hoguera, unas cuantas copas de vodka de más e historias de la lejana Estepa, me marcó para siempre. Nos contó que su nombre significaba lobo y que, solitario y sin manada, buscaba a su hembra alfa. En la despedida, con Anya fuera de juego durmiendo en el sillón y yo en una nebulosa etílica, me dijo que yo era la elegida, su Lyubov, su amor; y aquellas palabras se grabaron a fuego en mi confusa mente.

Desde aquella velada nuestras existencias se entrecruzaron y al poco tiempo comenzamos a compartir espacio, salvo esos días en los que él desaparecía. Con él las noches se llenaban de éxtasis  y pasión. Todo en él era devoción, fuego y dulzura. Yo sentía que había encontrado a mi alma gemela.

Pronto desaparecería de nuevo y a mí me entraba el miedo de no volverle a ver, de qué ya no regresara. Ante mis inquietudes decidí seguirle en su próxima huida. ¡Ojalá no lo hubiera hecho! La noche era clara, la luna llena iluminaba las calles dando casi apariencia de un día nublado. Boris se ocultó bajo su chaquetón de loneta y cogió su saco; me recordó a los marineros del ballenero Pequod, el de Moby Dick. Se subió las solapas y se encajó una gorra hasta las cejas; apenas se podía ver su rostro. Me dio un dulce y profundo beso en los labios, acarició mi rostro con su dedo pulgar y sin mirar hacia atrás abandonó nuestra casa. Miré por la ventana para ver el camino que cogía, corrí hacia la entrada, me puse mi abrigo y bajé las escaleras. Estaba decidida a seguirle. Tras mucho rato atravesando calles llegamos al puerto. Desapareció tras una puerta trasera de un destartalado almacén que parecía abandonado. Esperé un rato y me dispuse a entrar. Ya dentro todo estaba oscuro pero se oía un vocerío tremendo que no se escuchaba en el exterior. Continué guiada por las voces hasta que llegué a un corredor a unos cinco metros del suelo.

Mis ojos se salieron de las orbitas. ¡Aquel no podía ser Boris! El torso desnudo, los ojos inyectados en sangre, su melena encrespada y un rictus en su cara de odio mortal. Aullaba  de forma animal dejando entrever su incisiva boca, increpando a un joven que ensangrentado apenas se sostenía en pie en aquel suelo de arena. Aquel no era el hombre dulce y triste con el que compartía mi vida. Había un grupo reducido de hombres observando la pelea, impasibles, de aspecto suntuoso. Otro grupo de hombres más extenso gritaban ¡Lobo! Reiteradamente, hasta que comenzaron aún más fuerte a decirle ¡Mátale, mátele!

Estaba horrorizada y vi como se disponía con el brazo alzado a darle el último golpe, el definitivo. No pude evitarlo y grite lo más fuerte que pude qué no lo hiciera. Sus instintos debían de estar en alerta máxima pues me oyó a pesar del tremendo ruido. Miró hacía donde yo estaba y con el rostro desencajado le asesto tal golpe que un crujido inundó el garito y la sangre llegó hasta los espectadores. El joven cayó desplomado. Un hombre de avanzada edad se acercó a aquel amasijo de carne, colocó sus dedos en la carótida y levantó el brazo con el pulgar hacia abajo. El grupo de hombres vitorearon al vencedor mientras él seguía aullando salvaje.

Boris me miraba feroz, como un lobo, sin el menor arrepentimiento. Salí de allí corriendo y con un llanto ahogado que me dificultaba la respiración. Abatida, pasé los siguientes dos días esperando en un estado lamentable de melancolía. Aunque había visto como asesinaba impunemente a aquel joven, le aguardaba. Necesitaba oír con su voz rasgada que aquello  había sido sólo una pesadilla o una pantomima.

Nunca he vuelto a oír sus palabras, a deslizar mis dedos por su pelo. Tan solo una vez con Anya hablamos de él; me dijo que era un lobo gris de las estepas rusas, acostumbrado a las peleas y a mantener su liderazgo a base de golpes; había tenido una infancia  brutal enseñándole desde niño a matar con sus puños; su existencia no le pertenecía. Ella me aseveró que estuviera dónde estuviera siempre me amaría, yo era su Lyubov y me protegería entre las sombras. Recordar sus palabras me producen escalofríos.

A veces noto un cosquilleo extraño en mi nuca, una presencia inexplicable en la oscuridad. Intento ignorarlos pero me atormenta su sombra y sus recuerdos. Si me preguntaran sí creo en los licántropos solo puedo responder que durante un tiempo conviví con uno y él jamás me hizo daño. Sigo teniendo sentimientos encontrados de amor y animadversión.

Instintos

“Para ver el mundo en un grano de arena y el cielo en una flor silvestre, abarca el infinito en la palma de tu mano y la eternidad en una hora” William Blake

Desaparecer del mundo, frente al ocaso, con un daiquiri en la mano y una buena novela en la otra mano es lo único que había pretendido los últimos años. Años aciagos, lentos y devastadores. Te adaptas a la situación y esperas a que llegue un día que todo se vuelva a retomar o gran parte de lo que te identifica se active. Recuperar la cotidianidad y las fuerzas. Sigues con la copa en la mano, recreándote en el sabor alimonado y a sorbos pequeños.

A veces hace falta una última detonación, después de tantas, para reanudar senderos. Y allí estaba yo, entre multitud de personas, una más desconocida y anónima. Respiro con profundidad, percibiendo como el olor a tierra mojada inunda mi cuerpo y como la energía se ha ido transformando. Oigo los parloteos y risas de alrededor entre el sonido del viento entre los árboles. Sé que algo ha cambiado y no puedo decir el qué ni cuándo. Mis sentidos se han agudizado y soy consciente de ello.

No soy la que era, sólo un retazo, pero con otros colores que se han ido avivando. Me siento orgullosa y hasta pedante. Tal vez el saber que siempre he sido más Fénix que ceniza, más libre por instinto que racional, más nota que melodía. Rebelde hasta el último instante de las muchas muertes que tenemos en vida.

El sol está a punto de ocultarse en el horizonte y brindo por un día más. Lanzo un beso para el que quiera recibirlo. Meto mi novela en mi bolso de loneta. Sobre mi hombro bolso y tumbona. Hasta nunca, hasta siempre, he vuelto y con las mismas ganas de correr, con paso diferente y distinto, pero correr, al fin y al cabo.

Una vida, muchas vidas, varias muertes y resurrecciones y un ser, el mismo y a su vez diverso. Un alma, tal vez vieja, tal vez joven, tal vez un huracán o una leve brisa, tal pez picante en su dulzura. Arisca en su tacto suave. Bocanadas ardientes de azulado hielo. Un fantasma entre cuerpos tangibles. Magia multicolor al rasgar una pintura negra. Esa soy yo una contradicción en sí, pero con las ideas muy claras en medio de un caos de sentimientos.

El verano va llegando a su fin ¡He vuelto!

Glicinias en la mañana

“Sé como el sándalo, que perfuma el hacha del leñador que lo hiere.”  Rabindranath Tagoree

Hoy me siento serena, mi halo es como el color de las glicinias derramándose sobre mis hombros. Ayer me di cuenta de que llevo toda la vida equivocada, cuando me enfado y desestabilizo no tienen la culpa los demás sino yo misma por permitirlo. Tan sencillo y complicado ¿Aprenderé a controlar mis impulsos e irritabilidades cuando Tom, como siempre digo, me saca de quicio? Esa es la cuestión me saca de quicio o no le soporto.

Ayer hablando con Aurora me soltó a bocajarro si había probado a expresar a Tom lo que quiero y necesito en vez de volcar mi ira con cesuras y reproches. Y la verdad, cuando le hablo y me ignora trasteando con el móvil, contestando con un simple gruñido, le cogería el teléfono y se le estamparía en la cabeza. Nunca he probado a decirle como me siento y lo que quiero.

Tom llega a casa. He preparado un estofado de ave con almendras. Así de serena estoy que hasta me he puesto a guisar. He colocado la mesa con un jarrón de cuello estrecho con una rosa roja del jardín. Tom aspira el aroma del guiso y se sienta, espetándome que se ve delicioso y tiene hambre. Le sirvo y tras saborear varias cucharadas me suelta que tiene demasiada almendra y que lástima de rosa, se marchitará.

Por mi cabeza imagino antes de hablar como le lanzo el florero y le doy en toda la cabeza. Respiro y mirándole fijamente a los ojos pienso que hoy yo tengo el control. Nada me va a hacer enfadar. Con una sonrisa le digo que a mí me gusta así, me apetecía sentir el crujir de la almendra entremezclándose con la carne. Deseaba decorar la mesa con una de mis flores favoritas. Ansiaba colorear mi mañana alejando mis enfados pues hoy soy una cascada de glicinias en la mañana.

Tom me mira anonadado, pero antes de volver a meter la cuchara en el plato, me sonríe. Me dice que le parece genial que hoy esté contenta y no me enfade por sus observaciones, que al fin y al cabo, son de un ser simple y aburrido como él.

¡Buen Viaje!

“Delgada línea separa las casualidades del destino”

Fuimos a despedirla un seis de diciembre. Mujer noble y abnegada, siempre se portó bien conmigo, sin intervenir en desaires y desatinos familiares. Un diez de enero, tras diciembre, tuvimos que despedirnos de él. Hombre callado y magnánimo, también me mostró aprecio con sus silencios. Ambas personas habían compartido una vida juntos luchando por sus hijos y nietas. Quiero recordarlos rodeados de plantas y gatos en su estrecho patio, con una bicicleta oxidada y vieja en la pared observando pasar el tiempo; y cada día que los visitaba aquella bicicleta tenía un pedazo menos, como la vida misma.

Curiosidades del destino con apenas un mes de diferencia murieron en la misma habitación fría de hospital. Quiero pensar que ella le esperó allí a él para emprender el viaje eterno juntos, como siempre lo habían estado. Y quiero pensar que ambos están felices, dejando atrás los dolores y sufrimientos de la existencia, para llegar a un lugar eterno de flores y gatos donde cuidar a sus descendientes desde el cielo. Siempre estarán en mi corazón por sus comportamientos maravillosos con mi persona y su eterno respeto ante mi diferencia física que otras personas más cercanas jamás mostraron ¡Buen Viaje!